Día 1. De Santa María a Ena
Viernes, 5 de agosto del 2016
Este año volvemos al camino donde lo dejamos el año pasado, en la Estación de Santa María la Peña. Me acompaña como el año pasado Bea.
Dormimos en la misma estación de Zaragoza, en el hotel Euroestar, lo que nos permitió no tener que madrugar para coger el Canfranero.
Que salio puntualmente a las 8 y media. El trayecto duro cerca de 2 hora y media. Es un tren lento.
A las 11 y algo ya estábamos en Santa María. Allí estaba Daniel, el niño que conocimos el año pasado, haciéndole fotos al Canfranero. Pero no pudimos hablar con él, mientras nos hacíamos fotos en la estación desapareció. O sea subió a su casa, pues vive en la misma estación.
Nosotros antes que nada nos dirigimos a la panadería. La panadería funciona por encargos, pero por suerte tenían un pan que se les había roto. Uno de esos grande, de tres picos. Y no lo pudimos quedar, también compre una tarta.
Seguidamente nos dirigimos al bar. Allí estaba la misma dueña del año pasado, una persona poco interesada en el Camino. Así que nos limitamos a hacer algunas consumiciones y salimos para Ena.
El primer tramo discurre por una carretera asfaltada sin apenas trafico. Al kilómetro o así las flechas indican que hay que subir por una colina. Y así lo hicimos, pero al poco encontramos una seria dificultad. Las lluvias y la erosión habían desgastado un paso que salvaba un barranco de unos 10 metros. Yo lo pasé fácilmente, pero Bea que padece de vértigo no pudo. Lo intento de veras, pero fue imposible, sobre todo cuando las zapatillas le resbalaron un poco.
Tuvimos que dar media vuelta. Pensamos varias opciones; ir a por algún pico al pueblo y arreglar el paso, ir por carretera hasta Ena, dar un rodeo por la orilla del rio a ver si podríamos subir al sendero que conducía a Ena.
Al volver a la carretera encontramos un hombre que venía a buscar una sobrilla en el coche que tenía aparcado allí. Le preguntamos por la carretera, Ena estaba a mas de 25 kilómetros. También le preguntamos si había algún sendero por la orilla del río, y nos dijo que si. Precisamente su familia estaba en una de las pozas que se forman en dicho río bañándose y pasando el día.
Ante tan buenas perspectivas decidimos seguirle río arriba. Lo que no fue fácil, el dueño de los terrenos aledaños tiene bloqueado el sendero, con una valla que tuvimos que saltar y otros obstáculos. Dejamos al señor y continuamos río arriba, pero pronto la vegetación se hizo mas tupida. Las plantas nos arañaron con saña, a mi en los brazos y a Bea en las piernas. Tuvimos que parar a desinfectarnos las heridas. Nos comimos la torta, y yo continué un poco mas adelante, dejando a Bea descansando. Cruce el río y me adentre en el bosque, al cabo de un rato llegue a un sendero, que creo era el nuestro, pero no halle ninguna flecha. Y además había perdido el contacto con Bea. Así que volví, pero no por donde fui sino que me perdí y tuve que cruzar el río por otro lado. Al volver con Bea, que estaba ya muy preocupada le expuse el hallazgo, pero no le hacía gracia eso de tener que trepar por el monte hacía un sendero que no era del todo seguro que fuera el que buscábamos. Además que ya teníamos poca agua.Así que sensatamente volvimos a la carretera, ya pensando que la única vía sería llegar a Ena a través de A.1205.
Con todo ya era mediodía, y decidimos parar a comer. En el bar no hay nada de comer, tampoco quisimos sacar nuestras cosas para comer allí, ya que la dueña es poco simpática la verdad. Nos tomamos unos refrescos bien frios y nos fuimos a la estación a comer y esperar que pasará la solana del mediodía.
Como era muy tarde, pensamos de coger el canfranero hasta el pueblo cercano de Ayerbe, que conocíamos del año pasado y sabíamos que tenía una albergue y varias pensiones. Y volver al día siguiente, frescos para encarar los 25 kilómetros de carretera. Pero con todo no estaríamos del vuelta hasta las once, solo podríamos andar unas pocas horas antes de que el sol nos doblegara. Por lo que decidimos marchar ya mismo, sobre las 6, caminar hasta que se hiciera de noche y dormir al raso. Y si acaso hacer autoestop.
Nos pusimos en marcha, por la 1205, una carretera muy nueva de la que Bea se quejaba de que hubieran gastado tando dinero en una carretera por la que no pasaba nadie. Efectivamente, apenas pasó ningún coche y menos pararon a tan estrafalarios autoestopistas.
Caminamos mas de 2 horas, la carretera serpentea al lado del río que ofrece hermosas estampas, pasamos por un gran embalse.
Ya estábamos pensando en buscar un sitio para pasar la noche, cuando paró un coche. Teresa, ex-peregrina y uno de esos ángeles del camino que aparecen cuando mas los necesitas. Viajaba con su hija y se ofreció a llevarnos hasta la mismísima Ena.
Nos dejó a la entrada del pueblo, y tras despedirnos dándoles las gracias efusivamente, iniciamos la subida. Al poco nos encontramos un señor, que casualmente era el encargado del albergue. Le explicamos nuestra odisea, y se dijo que revisaría ese paso que nos había detenido. Tras llevarnos al albergue,
se despidió y no volvimos a verle. En realidad no vimos a nadie en pueblo. Nos dijo que una mujer de al lado podría hacernos una cena, nosotros en nuestra tontería creyendo que la molestaríamos declinamos la invitación. No sospechavamos que esas cenas son unos ingresos extras para la señora, amen de que hubiera sido una comida caliente para nosotros.
Tras la ducha y lavado de ropa de rigor. Salimos a dar una vuelta, pero todo estaba cerrado, no había nadie por el pueblo. Por otro lado un pueblo muy bonito, todo de piedra, con unas chimeneas típicas de la zona, acabadas en una especie de caperuza y una pequeña escultura que llaman espantabrujas.
Volvimos al albergue a cenar, y nos acostamos.
Día 2. De Ena a Santa Cruz de Seros
Sábado, 6 de agosto
Me despierto temprano, sobre las 5. Mi insomnio crónico me dará problemas durante todo el trayecto. Bea todavía duerme. Es muy dormilona, pero no quiero molestarla. Así que mientras duerme, me bajo al comedor, como, escucho la radio, repaso la ruta, escribo y comienzo la lectura del libro que llevo en el móvil. Wild o Alma Salvaje en español de la extraordinaria excursionista Cheryl Strayed. Ya vi la película de la Reese Witherspoon, y pensé que mejor lectura para el Camino.
A las 7 ya se despierta Bea y comenzamos los preparativos del viaje. No tenemos café, lo que para Bea es un artículo de primera necesidad. Esperamos encontrar en el próximo pueblo, Botaya a poco más de 8 kms.
El trayecto hasta Botaya es muy agradable, transcurre entre campos de labranza y colinas bajas, a cada paso salta ante grillos que al desplegar las alas lanzas unos reflejos azulados, y muchísimas mariposas como nunca habíamos visto. Una vegetación muy variada con flores silvestres de todo tipo, de la que desconocemos el nombre.
Sobre las diez ya estábamos en Botaya, preguntamos por el bar a un señor que salía de una casa blasonada, descendiente seguramente de los númerosos hidalgos de la zona.
Hoy en estos pueblos solo quedan los antiguos propietarios, los pobres hace tiempo que se largaron. Nuestra revolución francesa fue la emigración. Se encarga del Club Social que no bar, y no lo abre amablemente para que podamos comprar unos refrescos. Desgraciadamente no tiene café, lo que contraría enormemente a Bea, que tiene que conformarse con la cafeína de una Cocacola. Descansamos un poco en este pueblo, que tiene una iglesia que parece interesante, desgraciadamente cerrada. Todos estos pueblos tienen iglesias medievales, es un aliciente del camino, las iglesias románicas, pero casi siempre te las encuentras cerradas.
Iniciamos la subida al Monasterio de San Juan de la Peña. Pasamos por una fuente, pero vamos provistos de agua, y enfilamos un carretera asfaltada, o mejor dicho un camino asfaltado, pues es muy estrecha y sin mas protección contra el barranco circundante con los arboles. Hay unos enormes robles al borde de la carretera, no hay ningunos parecidos por los alrededores y la causa es muy sencilla, estos arboles probablemente milenarios están sosteniendo la calzada a modo de pivotes naturales. Al pronto tenemos que dejar la carretera para enfilar una senda a través del bosque de robles y otras especies. Es un camino estrecho y empinado, sin embargo vemos pisadas y cagadas de caballos. No me imagino a nadie subiendo montado a lomos de un caballo por esta abrupta senda. Cuando llevábamos mas de una hora escalando, aparece una pareja de bajada. Vienen del Monasterio, que según nos dicen ya está cerca, y quieren ir a Botaya, que teóricamente son dos kilométricos, pero al contarles las dificultades del trayecto deciden dar media vuelta. Eso, si un paisaje precioso como solo puede darnos la naturaleza mas salvaje.
Al llegar al monasterio nos sorprende una amplia explanada con un gran edificio en medio. Hay zonas de picnic, coches y autocares y bastante gente. Nos dirigimos hacia la entrada en busca de la cafetería. Allí Bea sacia su ansia de café, doble, muy cargado, con leche fría y mucha azúcar en vaso de cristal. Es como le gusta.
Teníamos una vaga idea de visitar el monasterio y comer en restaurante. Pero los precios nos echan para atrás. No es que sean caros o baratos, es que el peregrino ha de ser tacaño por fuerza, por lo que haya de venir. La visita al monasterio 12 o 14 euros, y el menú 20. Nos comemos unos bocadillos en la cafetería. Bea quiere quedarse por allí para descansar y echar una siesta. Yo no, y consigo convencerla de que bajemos al monasterio viejo, que solo está a un kilómetro de bajada, y me pareciome que sería mas interesante. Ya que el monasterio nuevo es claramente un montaje turístico de cara a explotar la importancia del monasterio viejo en la historia de España. Un Montserrat artificial.
Bajamos al monasterio viejo, y enseguida comprendo porque han construido el nuevo, el viejo es muy chiquito y encajado entre las rocas, no hay sitio para nada. La visita cuesta 6 euros, yo accedo a entrar Bea se queda descansando fuera. La chica de la taquilla nos sella las credenciales. No podía saltarme está visita a un enclave tan significativo, donde estuvo el Santo Grial, demasiadas expectativas que se vieron defraudadas, las frías rocas y el exiguo museo, fueron pocos inspiradoras.
Seguramente el grueso de la información estará en el monasterio nuevo. Gastamos el dinero en tonterías y luego lo importante no lo saltamos.
Al salir quiero continuar la marcha, hacia un lugar mas acogedor, Bea no quiere moverse. Pero a todas luces allí entre la gente y los coches no me parece un lugar idóneo para echar una siesta. Consigo engañarla, le prometo verdes y sombreadas praderas un poco mas allá. Por suerte a los pocos metros encontramos un rincón bastante agradable para echar una siesta. Que buena falta nos haría, ignorantes de lo que nos esperaba.
El siguiente pueblo estaba a tan solo 3'5 kms. Cuesta abajo. Esto teóricamente se hace en una hora. Nos costo mas de tres.
La bajada es brutal, una senda pedregosa en la que había que medir cada paso,
flaqueada por barrancos que ponían los pelos de punta a Bea, y que a mi me hacían temer que tendríamos que dar media vuelta si le entraba otro ataque de vértigo. Pero parece que la experiencia del otro día le sirvió de vacuna. Eso si el paisaje sensacional.
Cuando llegamos a Santa Cruz de Serós estaba clara que nos sería imposible seguir hasta el siguiente pueblo Santa Cilia de Jaca, donde estaba el albergue. Nos quedaríamos allí encontráramos alojamiento o no. Estábamos molidos. Me dolían todas las articulaciones, sobre todo rodillas y tobillos.
Buscamos un bar y encontramos uno que además era tienda, y aprovechamos para comprar comida y bebida. Preguntamos a la dueña por un posible alojamiento en el pueblo, y nos dijo que solo estaba el hostal. Y se ofreció a llamar, en estos pueblos todo el mundo se conoce. Nos dijo que solo quedaba una habitación que valía 60 euros. Muy cara para nosotros, pero era eso o dormir a la intemperie. La cogimos.
Tras la inscripción, subimos a la habitación, de un aspecto rural, tres camas, mesa y televisión. El lavabo tenía bañera, inmediatamente decidí aprovecharla y me di un largo baño. Para ahorrar comimos en la habitación y después salimos a dar una vuelta por el pueblo.
Santa Cruz de Serós, es un pueblo turístico, casi un decorado. Estos pueblos de montaña o son turísticos o no son nada. Dado que la agricultura y la ganadería que se practicara antaño son anti-económicas. Hay dos iglesias históricas, varios bares, un restaurante que parece bueno y donde tomamos unas cervezas y un taller de alfarería. Volcado en el turismo rural, hay también una urbanización de apartamentos turísticos, amen de numerosas casas rurales. El pueblo es bonito, y lo será mas en invierno con todo nevado.
Echa la visita turística nos retiramos a nuestros aposentos, a descansar para la siguiente etapa.
Día 3. De Santa Cruz de Seros hasta Arres.
Domingo 7 de agosto.
Dormí mal, o como siempre. O sea que me desperté a medianoche, estuve leyendo y viendo un vídeo del espacio que siempre me ayuda a relajarme y con el que conseguí dormir otra hora y media, en total 6 o así. Sin embargo Bea dormía como una bendita, como le envidio esa capacidad de dormir sin alterarse durante horas y horas. No se despertó hasta que le sonó el despertador que tiene puesto a las 7.
Nos arreglamos y arreglamos la mochila y bajamos a desayunar, había que amortizar los 60 euros de la habitación. Pero estaba cerrado, nos habíamos confundido,el desayuno era a las 8:30 no a las 8 como pensábamos. Salimos al pueblo a ver si había algún bar abierto, pero solo encontramos a una familia que también estaba alojada en el hostal y que buscaba lo mismo. Así que volvimos al hostal a esperar, no era cosa de perder el desayuno por unas prisas que no teníamos.
Ya a las 8:30 bajamos con las mochilas y todo y nos sirvieron un desayuno completo, café, zumo, tostadas, pastel. Un desayuno de al menos 5 euros, por lo que la habitación no nos había salido tan cara después de todo. Compramos agua y salimos al camino.
A la salida nos encontramos un chico descamisado que nos pregunto por la senda hacía el monasterio, venía desde Santa Cilia corriendo y quería subir al monasterio. No llevaba ni comida ni agua. Que valor y que resistencia tienen algunos. A la salida del pueblo hay una fuente.... podríamos habernos ahorrado comprar el agua. En fin.
El camino discurría por una senda agreste pero no muy dificultosa, después de San Juan todo nos parecía leve.
Paramos junto a un arroyo, a descansar y en cuatro horas al filo del mediodía nos plantamos en el primer pueblo. Binacua. Es un pueblo pequeño, pero confiábamos que tendría algún bar. Le preguntamos a un hombre y el mismo nos acerco a un club social, que no está abierto al público pero nos ofrecieron un par de refrescos.
A la salida de Binacua hay una iglesia románica muy bonita, por su sencillez. Justo salían de misa. Nosotros continuamos nuestra marcha que continuaba por una carretera sin tráfico. Aunque nos alcanzó un coche, era el del párroco que nos invitó a ir a misa en Santa Cilia, aunque no le dijimos ni que si ni que no. También nos avisó que detrás nuestro venía otro peregrino.
Fue a la entrada de Santa Cilia que nos alcanzó el Óscar. El primer peregrino que encontramos y resulta que es de El Prat, de las Casas de la Seda. Venía desde Jaca, pues en Santa Cilia se unen las rutas del camino aragonés y el catalán. Había bajado desde el Monasterio de San Juan, se encontró con el chico descamisado, al que dio agua, y seguramente salvo la vida. En su compañía entramos en Santa Cilia, a la entrada nos recibe una estatua de peregrino hecha de metal.
El Óscar es muy dichacharachero y enseguida entabla conversación con todo el mundo. Habla con un señor de 80 años y se cuentan su vida. Ya en el pueblo le acompañamos al albergue que no hay nadie pero está abierto y deja su mochila y nos acompaña al bar a comer algo.
Comemos y hablábamos cuando aparecen otros dos peregrinos, el Alberto y la Sonia, que se nos unen. Todo el mundo habla como si se conociera de toda la vida, es el espíritu del camino el gran compañerismo que se crea entre los caminantes.
La conversación se alarga demasiado para mi gusto, pues estoy bastante cansado y tengo sueño, con lo que propongo que nos retiremos todos y ahí nos despedimos. El Óscar se queda en Santa Cilia, esperamos verlo algún día en El Prat. Con Alberto y Sonía quedamos en Arres.
El sol pega horrorosamente y buscamos una sombra para poder tender nuestras esterillas y echar una siesta. Descartamos la piscina, que sin embargo si tentarían a Alberto y Sonia. Pero encontramos la sombra de unos arboles a la salida del pueblo en la que podemos dormir un ratito y contemplar el vuelo de las águilas.
Pasadas la cinco nos volvemos a poner en marcha, el camino continuo por una senda paralela a la carretera nacional, muy transitada y con mucho ruido de coches. Aunque gracias a ello puedo calcular exactamente nuestra velocidad entre punto kilométrico y punto kilométrico, vamos a 4 klms hora.
Luego hay un desvío que nos lleva por un caminito rural que acaba en un charco. Por suerte podemos ladearlo a través de los campos labrados para volver a la misma carretera unos metros mas allá. Un desvío tonto.
Continuamos por la carretera, con mucho cuidado, desde luego no es el mejor camino que podrían haber elegido. Esperábamos llegar a un camping que sabíamos tenía bar y descansar un poco. Pero al llegar al bar del camping lo estaban cerrando. Se había declarado un incendio cerca y los dueños tenían la casa en la zona. Así que no quedo mas que seguir carretera adelante.
Por fin salimos del asfalto hacía una pista paralela al río Aragón. Allí nos encontramos con Mónica una chica de Sabadell que viajaba con su perro, Luna. Y mas adelante con Alberto y Sonía a los que hicimos unas fotos en un jardín de piedras hecho por los peregrinos.
Llegamos a Puente la Reina de Jaca, y nos metimos en un bar a refrescarnos y descansar. En eso estábamos cuando llego Mónica y su perra que se nos unió. Mónica tenía una herida, le dejé el Betadine. Luego fuimos los tres a la tienda a comprar viandas y bebidas. En la puerta nos quedamos merendando y hablando. Mónica y Bea sintonizaron muy bien.Yo me desesperaba porque se nos caía el día y todavía nos quedaba un trozo hasta Arrés. Por fin consigo hacerlas arrancar, y disuadir a Bea de bañarse en el río, pues no teníamos tiempo.
De Puente la Reina a Arres hay una subida un poco dura, que sino no estuviéramos curtidos nos habría costado mucho mas. Es subir una colina, y detrás aparece un pueblecito pintoresco. Llegamos justo a la puesta de Sol.
El albergue estaba lleno según nos explico una de las hospederas, aunque casi todos habían ido a ver la puesta de sol. Tendríamos que alojarnos en el suelo, en lo que era la sala de estar. Aunque luego todo fue diferente.
Este albergue lo llevaban dos hospitalarias voluntarias, una de Barcelona y otra italiana que no hablaba español, aunque el italiano se entiende en lo básico. Justo uno de los peregrinos era cocinero y había preparado dos ollas grandes de comida, paella y bacalao. Y estábamos todos invitados, aunque yo solo comí un poco de paella. Me sentía un poco raro entre tanta gente, siempre había hecho el camino en solitario o solo acompañado de Bea.
A Monica no quería alojarla con el perro, parece que está prohibido en casi todos los albergues por el tema de las pulgas. Ella lloraba desconsolada, pero le ofrecieron dormir bajo una carpa, que habían colocado para las fiestas del pueblo y todavía no habían retirado. Bea se ofreció a dormir con ella, y yo agobiado por la multitud que se había juntado en el albergue, también.
Después de cenar, montamos el campamento y a dormir o a intentarlo, pues fue difícil conciliar el sueño por culpa de los gatos que excitaban a la perra, y nos despertaba. Y es que habíamos olvidado la primera regla del superviviente, no dejar la comida cerca de donde duermes, pues atrae a los depredadores. Al final sobre la una y media me quede roque y no desperté hasta las 6 o así. Con todo habíamos dormido mas que los de adentro, pues al ser tanta gente se molestaban unos a otros sin querer, ronquidos, visitas al baño....etc. Así me los explicó Alberto que había estado insomne toda la noche.
De Arrés a Artieda
Día 4. De Arres a Artieda
Lunes, 8 de agosto
Tras desayunar en el albergue, pronto todo el mundo empezó la marcha. Mónica se adelanto y salio con la perra ya que parecía tener prisa. Nosotros llenamos las botellas en la fuente de al lado del albergue y también partimos.
La salida de Arrés es una pista ancha de bajada, muy cómoda. Caminamos unos metros en compañía de Lourdes, una peregrina de Barcelona ya jubilada y en mejor forma que nosotros, ya que camina habitualmente. Se detiene por una necesidad y la dejamos atrás.
Nosotros paramos en un campo de rastrojos a la altura de Pardina del Solano, una finca de turismo rural, a almorzar. Vemos pasar a todo el mundo y nos quedamos atrás del todo.
Seguimos por campos de cereales recién segados, y a los pocos kilómetros, debajo de un árbol encontramos al Alberto y a Sonia. Han tenido que parar porque a Sonia le duele el pie, arrastra una dolencia causada por las botas, ahora camina con sandalias, aun así le dolía y Alberto le está masajeando el píe. Le ofrezco un poco de pomada del Tigre y un par de Ibuprofeno, se ve que les fue bien pues mas adelante en otro descanso nos sobrepasan.
La pista de tierra se acaba y llegamos a otra asfaltada, pero ¡horror! no hay flecha amarilla ni indicación alguna. No sabemos si tirar para la derecha o la izquierda. A lo lejos vemos a Sonia y Alberto que han tirado a la izquierda, pensamos que mejor es seguirlos. Nos equivocamos, no era el camino correcto, dimos un rodeo de al menos 10 kilómetros mas.
Seguimos la pista sin encontrar flecha alguna, pero tampoco había ningún desvio así que no sospechamos nada hasta que fue demasiado tarde. Sin indicación alguna eche mano del GPS del teléfono, pero no sabía muy bien como funciona, solo pude confirmar que la carretera nos llevaba a Artieda, aunque por el camino mas largo.
Sea como fuera, después de andar tres o cuatro horas, dimos con una de las flechas en el sitio donde se juntaba la carretera y el atajo que deberíamos haber cogido. Al poco otra indicación un desvío hacia una fuente que añadía un kilómetro mas, pero desistimos pues creímos que llevábamos agua suficiente. Paramos un poco mas adelante a descansar, el sol nos había pegado fuerte. A estas alturas ya teníamos los brazos quemados a pesar de la crema solar. Paso un ciclista que nos ofreció agua de la fuente, pero desistimos. Creímos que el pueblo ya estaba cerca. En realidad fue una agonía llegar, y encima estaba encima de una colina. Tuvimos que parar a la sombra de la tapia del cementerio, porque no podíamos mas. Acabamos el agua y la comida. El sol era abrasador pero el pueblo estaba a pocos metros ya. Así que en último esfuerzo escalamos la cuesta que nos llevaba a Artieda.
Artieda es un pueblo pequeño, las flechas nos condujeron al Albergue. Allí nos encontramos a Sonia y Alberto, tumbados sobre una franja de césped que hay junto el Albergue. No se quedaron allí pues no les volvimos a ver. El albergue estaba cerrado, pero el chico encargado, el Raul, que estaba comiendo, amablemente nos sacó dos jarras de cerveza y un par de bocadillos. Tras la comida nos acomodamos en el albergue. Allí encontramos a Lourdes de nuevo. Aunque en otra habitación, con un matrimonio de Burgos de mediana edad. En nuestra habitación de 4 literas, vinieron después, una chica francesa negra y mujer rumana. Ambas venían juntas después de hacer 50 kilómetros. La rumana encima llevaba una mochila de mas de 50 kilos. No salíamos de nuestro asombro, pues no debería de pesar ella mucho mas, parece que usaba algún tipo de técnica mental para poder acarrearla. Mas tarde llego una pareja de lesbianas francesas, una de ellas muy simpática pero no hablaba español, la otra lo hablaba pero era muy reservada.
Por la tarde salimos a dar una vuelta por el pueblo, muy bonito y cuidado, con unas vistas impresionantes al embalse de Yeda y a los Pirineos.
Con embalse tienen los pueblos de alrededor un litigio, pues lo están ampliando y seguramente se coma las tierras de cultivo y el modo de vida de la mayoría de los habitantes. Amen del destrozo ecológico que provocará. España esta sedienta.
Nos llama Monica desde Ruesta, le decimos que nos ha sido imposible llegar por culpa de la equivocación en el cruce. Mas tarde supimos de ella. No se quedo en Ruesta, sino que siguió hasta Sagúenza donde se alojo en un camping, desde donde volvió a casa, pues la perra se negaba a caminar mas. Huelga perruna.
En compañía de los de Burgos y la Lourdes nos abren la iglesia románica para que podamos visitarla. Un buen detalle por parte de los de Artieda.
Al atardecer nos reunimos a hablar en la terraza del restaurante. Son todos gente muy viajada, el señor de Burgos nos aconseja no seguir la ruta oficial de entrada a la ciudad, pues transcurre por polígonos industriales, hay otra entrada paralela al río. Esperamos encontrarla, todavía no sabíamos que nunca llegaríamos.
Al enterarse la chica rumana que había taxi para transportar la mochila, rápidamente se mueve para organizar un porte común ya que saldrá mas barato. Mucho control mental, pero hay que ser prácticos. Se apuntan las francesas.
El albergue organiza "cenas de peregrino" una novedad para mi, que no la había visto hasta ahora, pero que son muy comunes a lo largo del camino francés, sobre todo en los albergues privados que ya lo tienen enfocado así para ganar un dinero extra. Cenamos todos en alegre compaña.
Y nos retiramos a nuestros aposentos.
Día 5. De Artieda a Ruesta
Martes, 9 de agosto
Me levante temprano, sobre las cuatro. Pero descansado. Había tenido un sueño: "Llegaba a un balneario pero no me dejaban entrar pues solo era para jóvenes y guapos. Con todo subí arriba a comer en un grasiento chiringuito apto para todo el mundo. Después reprendía la marcha, pero topaba con un muro, lo sigo durante varios metros a ver si había una brecha, pero nada. Hasta que encuentro un paisano que me dice que el muro se pasa escalandolo. Lo que hago caminando por encima de él hasta que va bajando a ras del suelo." A esa hora todo el mundo dormía, leí un poco, avance en la novela "Alma Salvaje", salí a dar una vuelta por el pueblo oscuro y silencioso, me senté en un porche a escuchar la radio hasta el amanecer.
Cuando volví ya había movimiento en el albergue. Bea seguía durmiendo. Cuando se despertó montamos las mochilas y bajamos a desayunar al restaurante. Todo el mundo ya estaba allí. El albergue da un desayuno completo, café zumo tostadas y pastel. Y también puedes comprar unas bolsas que ellos llaman de picnic, con bocadillo, bebida y fruta. Nosotros compramos un bocadillo para dos. Pues esperabamos llegar Ruesta antes del mediodía. Estaba cerca. Necesitabamos una etapa corta para recuperarnos de los sufrido los pasados días, amen de que Bea tenía molestias en un hombro y yo en la espalda.
El camino hacía Ruesta empieza por una carretera, nueva pero sin tráfico. Al poco empezo a chispear, nos pusimos los incómodos ponchos impermeables, para nada, porque fueron solo cuatro gotas. Después hay que tomar un desvío por la izquierda que nos llevaría a través del monte. Pero no encontramos las flechas, y recelamos de otra cagada como la de ayer. Así que decidimos seguir por la carretera, pues el desvió volvería a desembocar en ella. La carretera nueva desaparece en otra mas vieja, supongo que pasamos de Huesca a Zaragoza. Y al poco unas flechas señalan un desvió por una senda boscosa. El camino se hace mas llevadero cuando es en plena naturaleza.
Esta senda conduce hasta una ermita abandonada que dejamos de lado. También encontramos unos carteles y unas piedras pintadas de azul, protestan por la ampliación del embalse de Yesa. Pues todo esto quedará inundado.
Antes de la una avistamos Ruesta.
Es un pueblo abandonado por la construcción del embalse ya en los años 60. Al inundar las tierras de labor los vecinos se quedaron sin medio de subsistencia. Con todo los sindicatos verticales de la época montaron su sede y un pequeño centro vacacional que tenía como atractivo el embalse y el Camino de Santiago. Con la Transición las instalaciones pasaron a manos del sindicato anarquista CGT. Todo está en ruinas excepto las oficinas del sindicato y el albergue.
En el pueblo nos reciben los ladridos de unos perros, que luego conoceríamos muy bien. Había tres perros, el Rubio, Lost y otro que no recuerdo el nombre, que llamaremos el Gris. De los dueños solo era el Rubio, un perro de pelaje dorado muy guapo. El Gris era del hijo de la dueña que se lo estaba guardando unos días. Y el pobre Lost, pues ya os podéis imaginar, era un perro abandonado que por pena no echaban de allí. Estaba sucio al contrario de los otros dos que lucían lustrosos. Era con todo el mas cariñoso de los tres se acercaba a todos los peregrinos a ver si pillaba algo de comer. Bea se encariño mucho con él. Se lo hubiera llevado si le hubiera sido posible.
Nos sentamos en la terraza del bar, yo estaba hambriento y pedí un plato combinado. Bea, con el bocadillo del Artieda ya había tenido bastante y se conformo con una cerveza que no pudo acabarse del todo porque le cayo una avispa dentro.
Mientras tanto va llegando gente, un grupo de chavales, una familía francesa que viene en bicicleta y otros, en total nos juntamos 35. El albergue es bastante amplio, aunque los lavabos son un poco incómodos, sobre todo con tanta gente.
Nos instalamos en el albergue, pin, pan, ducha, lavado de ropa pa'qui, para ya. Y a echar la siesta.
Me levanto pasado el mediodía y doy una vuelta por el pueblo, son cuatro casas cerradas,
hay una senda hasta el río. Pero el acceso al pantano está cerrado por las obras de ampliación.
Al volver ha estallado el drama, uno de los perros ha mordido a uno de los niños de la familia francesa en una oreja. Ha sido el Gris, el perro del hijo de la dueña. Con la consiguiente conmoción no solo entre los padres sino entre todos los que estábamos allí. Sobre todo entre los encargados del albergue por lo que se les viene encima. Una de las camareras se encarga de llevar a la familia francesa al médico en Pamplona en su coche.
Bea lo ha visto todo, el niño se acercó a acariciar el perro que estaba atado y este el atacó. Encima el perro no tenía los papeles, que los tenía el hijo que estaba fuera, en el Pirineo.
Pasamos la tarde paseando y saludando peregrinos, hasta que cae la noche. El albergue organiza cenas de peregrino, yo como ya había comido al medio día no me apunte. Fui el único, con todo asistí a la misma en calidad de observador bebedor. Los otros comían y yo bebía una copa de vino.
La comida de peregrino en este albergue está muy bien, son tres primeros y tres segundos, postre y bebida a 10 euros. El encargado tuvo que trabajar el doble al faltar la camarera. En mitad de la comida aparecieron unos gatos, que algunos se dedicaban a alimentar. Todo muy rustico aunque hay gente que no les gusta que los animales anden por allí cuando se está comiendo.
Tras la comida, nos quedamos a la fresca en la terraza, pero hace demasiado frio y nos volvemos a los cuartos. En el nuestro hay 10 literas, un matrimonio de jubilados franceses un grupo de amigos y un par de ciclistas.
Día 6. De Ruesta a Undués de Lerda
Miércoles, 10 de agosto
Ya anoche me notaba una ligera hinchazón en el labio. Signo inequívoco de una alergia alimentaria que suele atacarme cuando menos lo esperas. Y efectivamente sobre la una de la noche me despierto con toda la cara hinchada, sobre todo el labio superior. Me tomo una de las pastillas de cortisona que previsoramente ya llevaba en el botiquín. Aunque no me hizo mucho efecto. Por la mañana la hinchazón seguía igual, a mas de que no había pegado ojo en toda la noche. Puse al tanto a Bea y acordamos que lo mejor sería tomar un taxi hasta Sangüenza para ir directamente al centro médico, ya que no me encontraba en disposición de caminar mucho.
Bajamos a desayunar el copioso desayuno que ofrece el albergue, aunque yo solo pude tomarme un café con leche y con la ayuda de una pajita, ya que no podía masticar ni apenar abrir la boca. Y le pido el número del taxi al hospitalero.
Mientras montamos la mochila y nos aprestamos para salir, noto que la hinchazón me ha bajado un poquito, apenas puedo sonreír, lo que significa de que no crecerá mas y en pocas horas desaparecerá. Por lo que continuamos nuestros planes tal como preveíamos.
Bajamos a la terraza para que Bea se tome su segundo café con leche, necesita al menos dos para ponerse en marcha y allí no encontramos con la tropa de jóvenes. Unos chavales, 10 o 12 de unos 15 o 16 años que están haciendo el camino acompañados por dos monitores, un chico y una chica con mas paciencia que un santo. Uno de los chicos ha perdido la credencial, por lo que tengo ocasión de proporcionarle una de las dos que llevo.También no enteramos que la familia francesa ha vuelto de madrugada de Pamplona. Todo ha quedado en un susto, el perro no llego a morder al niño, la herida se la hizo con el collar de pinchos que le desgarró la oreja. Le han puesto unos cuantos puntos y la inyección del tétanos. Un gran alivio para todos, sobre todo para los hospederos, que ya veían toda la temporada arruinada.
Salimos de Ruesta sin novedad, un poco antes que los chavales, aunque pronto nos alcanzaron. El camino cruza el río y va a parar un bosque donde se haya una ermita abandonada. Después empieza a subir por una pista forestal interminable, es el monte Fenerol. Paramos en medio del bosque, a descansar y echar un microsueño. La subida es de aúpa, aunque las vistas extraordinarias, con el pantano abajo y las montañas arriba.
Con todo a los 5 kilómetros se acaba la ascensión y comienza una bajada que nos lleva directamente al pueblo de Undués. Hoy también hemos hecho pocos kilómetros, pero no tenemos prisa.
Las flechas nos conducen directamente al restaurante que también se encargan del albergue. Comemos allí mismo .Y tras tomarnos la afiliación nos acompañan al albergue. El albergue es extraordinario, mismamente un palacio, pues se trata de una casa señorial restaurada. Tiene de todo hasta televisión.
Nos acomodamos y yo me hecho una larga siesta, pues no pude dormir en toda la noche.Al despertar ya apenas tenía hinchazón, la alergia había prácticamente desaparecido.
Salimos a dar una vuelta por el pueblo que está muy cuidado, o son segundas residencias o en ese pueblo a tocado la lotería.
No hay mas comercio que el restaurante que además tiene una pequeña tienda. Donde compramos algo. Entramos otra vez en el bar a por otro café con leche, había dos paisanos jugando a las cartas, Bea quiso hacer una broma, pero no estaban para bromas, tal como la miraron, parece que se tomaban el juego muy en serio, aunque no se veía dinero encima de la mesa.
Volvemos al albergue donde han llegado el resto de los peregrinos, un matrimonio de Madrid, aunque son de origen aragonés y una mujer alemana, Anne y su hijo Nicola. Del que Bea se enamoró al instante, véase fotografía. Pasamos la tarde en las habitación, había una para cada grupo. Escribiendo y hablando.
Después coincidimos todos en la cena de peregrinos organizada por el restaurante.
Los alemanes no hablaban español, pero se entienden con los madrileños en ingles. Yo capto algunas cosas, pero en general nothing de nothing.
Tras la cena nos fuimos a dormir.
Día 8. De Undués de Lerda a Sangüesa
Jueves, 11 de agosto
Me desperté temprano, baje a la sala de estar, estuve viendo la televisión y saqué un café de la máquina. Sobré las 6, bajaron los de Madrid, la Isabel y Miguel, ya con las mochilas preparadas. Nos despedimos, no volveríamos a vernos ya que ellos harían una etapa larga. Al poco bajaron también los alemanes y se marcharon. Bea seguía durmiendo, hasta la 7 no se levanta. La ayude a preparar la mochila para ganar tiempo, bajamos a tomar otro café de la máquina de vending. Y preparamos la ruta. Hoy tampoco iba a ser larga, ya que queríamos parar en Sangüesa que es una ciudad grande y aprovisionarnos. Por lo que no teníamos prisa.
La etapa la recuerdo como una de las mas descansadas del camino. Transcurre por campos cultivados, de secano en Aragón y de regadío en Navarra.
Descansamos en el monolito que separa las dos comunidades autónomas
y nos adentramos por la rica Navarra salpicada de chalets y campos verdes.
Antes de las 12 ya estábamos en Sangüesa, justo tuvimos que esperar un ratillo, porque el albergue todavía estaba cerrado. Cuando llego esta ya había una pequeña cola, bueno cuatro mas. Nos atendió muy bien, nos dio un plano de la ciudad y nos recomendó un restaurante para ir a comer.
Nos instalamos, y salimos a reconocer la ciudad. Es una ciudad muy tranquila de casas bajas en su mayoría. Una plaza de toros a la entrada (estamos en Navarra, seguramente la región mas taurina de España después de Andalucía) Las casas antiguas tienen un voladizo tallada en madera, algunos muy elaborados. También había algún tipo de concurso de pañuelos pintados que muchos balcones exhibían.
Casi todo el comercio se sitúa en la calle mayor. Allí Bea fue al banco, se aprovisionó de tabaco y compro un termo muy pesado, pero para ella imprescindible para poder tomarse un café con leche caliente en medio del camino. Recalamos en el restaurante que nos recomendó la hospedera, el 1920, donde comimos unas alubias pochas deliciosas, no buenas, deliciosas. Nos volvimos a albergue a echar la siesta, ya estaba casi lleno. Allí estaba Anne la alemana, había que tenido que parar en Sangüesa por una herida en el pie. Su hijo había continuado por su cuenta.
Me desperté de la siesta con unas irresistibles ganas de tomar un café, y salí dejando a Bea durmiendo. Cuando volví ya estaba despierta y salimos a hacer turismo y comprar comida, pues habíamos decidido comer en el albergue. Recorrimos la ciudad, visitamos el claustro cercano al albergue
y mas tarde tras intentar conectar con el wifi, nos fuimos al centro de la ciudad. Intentamos visitar la iglesia de cerca del río, pero estaban haciendo misa y no quisimos molestar.
Detrás de la iglesia esté al río, allí nos remojamos los pies he hicimos algunas fotos.
De vuelta a la calle mayor, compramos comida, jamón, tomates, leche, agua, cerveza y un melón. Estuvimos en una terraza de la calle mayor viendo a la gente.
De vuelta al albergue comemos sendos bocatas de pan amb tomaque i pernil, y el melón que nos sobra mas la mitad que dejamos para otros peregrinos. La mayoría comieron por su cuenta, fuera o en pequeños grupos. Estuvimos hablando con uno de ellos que cenaron después de nosotros. Es difícil ponerse de acuerdo cuando son tantos para una cena comunitaria. Y eso que había comida de sobra, la nevera quedo llena con las sobras de unos y otros y el cubo de la basura rebosaba.
Poco a poco todos nos fuimos a dormir.
Día 9. De Sangúesa a Izco
Viernes, 12 de agosto
Esa noche dormí muy mal, para variar, despertándome constantemente. Sobre las cuatro se despertó Bea, cosa insólita. Quería ir al lavabo. La acompaño a bajar las escaleras. Sin las lentillas no ve nada, y las gafas tuvo que dejarlas en Barcelona. Perdimos 4 días esperando a que se las dieran en la óptica y al final rompieron el cristal al montarlo.
Al poco comienza a levantarse todo el mundo. Yo permanezco en la cama hasta que suene el despertador. A las 7. Nos aprestamos a salir, somos los penúltimos, todavía se quedo Anne. Lo que me vino muy bien por lo que luego contaré.
Primera parada obligatoria, el cafe-panadería de la plaza Salvador, abren muy temprano. Allí aparte de desayunar, compramos pan y Bea estrenó su flamante nuevo termo.
No hace sol a estas horas de la mañana, salimos de Sangüesa por un pequeño polígono industrial. Pronto hay que tomar un desvío, toca subir al pueblo de Rocaforte. Una gran cuesta que hace que tengamos que parar en una plaza a la subida. Allí me percato de que no llevo el sombrero. Lo he perdido. Suerte que llevo una gorra y un pañuelo grande que utilizaré para defenderme del inclemente sol, que saldría después.
La etapa será cortita, solo hasta Izco, pero nos llevaría todo el día. Se adentra en la sierra y es casi toda por la ladera de un monte de pinos. Primero pasamos por una fuente donde descansamos un poco.
Después paramos en un pequeño claro a comer y dormir. Hace mucho calor, y tenemos que dejar pasar las horas, con todo a las cuatro arrancamos de nuevo. Seguimos por el monte, hay una montaña al fondo, y las laderas están cubiertas por molinos de viento, aerogeneradores.
Cada dos por tres nos encontramos un portillo. ¿Quien ponen puertas al campo? Mas adelante sabemos porque, un grupo de vacas nos cierra el paso. Por suerte estas tienen mas miedo que nosotros y se alejan monte arriba.
Por fin llegamos a un claro de campos segados, y al fondo Izco.
Buscamos el albergue sin mayor problema, aunque está cerrado. La hospedera viene a las 7. Pero el bar está abierto y esperamos tranquilamente en la plaza del frontón tomando unas cervezas. A partir de aquí todos los pueblos tienen su frontón. Al poco llega Anne, que ya estaba en el pueblo y se nos une a nuestro particular octoberfest. Tiene mi sombrero, se me había caído en el albergue de Sangüeza. Anne habla mejor el castellano que yo el ingles. Es de Berlín, trabaja en una oficina, y hace el camino como un reto personal. Parece que entrada en la cincuentena, quiere ponerse a prueba. De joven hizo el camino acompañada de su hermana. Su hijo la espera en Burgos.
Llega la hospedera, un poco tarde, pues había tenido que ir al oculista. Tiene problemas de visión al igual que Bea, por lo que simpatizan de inmediato. El albergue es un club social, me parece que de cazadores. Tiene un bar y una piscina. Solo hay una habitación para 8 o 10 camas. Aunque solo estaremos nosotros tres.
El albergue dispone de una pequeña tienda por si los peregrinos quieren prepararse la comida. Compramos espaguetis que cocinará Bea. A mi me toca fregar los platos, ya que no se cocinar. Comemos en un patio anexo, donde hay una mesa de piedra, barbacoas, fregadero y tras una verja la piscina. Aunque de noche la cierran.
Después de comer estuvimos hablando con un paisano, el Oscar. Un mecánico que trabaja en Pamplona y vive en el pueblo. Pamplona esta muy cerca, de hecho se ven sus luces desde Izco. Conoce Barcelona de haber ido alguna vez al fútbol, le llamo poderosamente la atención la gran cantidad de putas que tenemos. Vete aquí, porque somos conocidos aparte de la Sagrada Familia. Nos invita a ver las Perseidas que caen esta noche. Pero estamos muy cansados y ninguno se apunta. Anne y Bea se van a dormir, yo me quedo un rato mas viendo la televisión, Mireia Belmonte gana otra medalla.
Día 10. De Izco a Tiebas
Sábado, 13 de agosto
Me despierto temprano, al poco suena el despertador de Anne, que también despierta a Bea. Y nos aprestamos todos, la mochila y demás. Sorpresa no hay agua. Se ve que la cortan de noche. Desayunamos lo que nos ha dejado la hospedera y de lo que llevamos nosotros. Nos despedimos de Anne, no lleva el mismo ritmo que nosotros, apenas para hasta llegar a su destino. Nosotros tenemos que parar cada hora y al mediodía, no podemos con el sol. A las 7 dan el agua, y podemos rellenar las botellas.
Partimos, queremos llegar a Tiebas. Haremos unos 20 kilómetros.
Paramos en el primer pueblo Abinzano, en una tienda donde compramos algo. Hay una casa engalanada con recuerdos del camino y muchas flores. Al llegar a Monreal ya es mediodía, el calor aprieta. Nos acomodamos a la sombra de la iglesia que hay a la entrada del pueblo.
En Monreal hay albergue pero no paramos aquí. Sobre un fresco césped pasamos las horas mas terribles de la solana. Comemos y echamos la siesta. Tendemos la ropa en una valla cercana. Hablamos con un grupo de paisanos que vienen a ver la iglesia. Le leo a Bea un capítulo de Alma Salvaje, le gusta mucho, pero la lectura no es lo suyo, sobre todo por su mala vista. Le recomiendo los audiolibros.
Son las cuatro y el calor sigue apretando. No podemos salir sin riesgo de morir abrasados. Es cuando se me ocurre la idea de las camisetas mojadas. Empapar la ropa en la fuente cercana y así andar fresco. Nos echamos agua por encima a tope.
Funciona, hace hasta frío con este sistema. Podemos continuar la ruta sin mas problemas que las subidas y bajadas a través de campos de cultivos y sendas de boscosas. A lo lejos se ve un rebaño de ovejas.
Pasamos dos pueblos semiabandonados. Apenas unos caballos y algunos perros. En uno llenamos las botellas de agua. La fuente de la entrada esta seca, por suerte hay otra en una plaza bajando una cuesta.
En Guerendiain la cosa cambia, a la entrada del pueblo hay una piscina, los niños chapoteaban. Al lado una fuente, un agua fresca y riquísima. Hablábamos con un paisano. Ha visto a Anne, llego a mediodía, lo que quiere decir que ha andado de un tirón sin parar. Llego exhausta, pero hay que quitarse el sombrero por la resistencia de esa mujer. En Guerendiain hay muchas figuras y esculturas de madera, las hace un vecino que es artista.
Llegamos a Tiebas al atardecer. Como era de esperar, el pueblo esta encima de una colina. A la entrada se ven las ruinas de un castillo. Y el albergue no lo explica una paisana que además nos cuenta su vida.
El albergue es moderno y funcional.
El encargado, Koldo, nos atiende de maravilla. Como cae la noche, antes de ducharnos y lavar la ropa nos vamos a comer. Hay un restaurante al otro lado del pueblo. Allí nos dirigimos, es un local muy amplio. Anne ya está acabando su comida. Nos unimos a su mesa, y damos cuenta de un par de platos combinados. A la vuelta nos hacemos algunas fotos en la iglesia, que es inmensa para tan pequeño pueblo.
Al albergue han llegado una pareja de ciclistas holandeses de mediana edad. Solo seremos cinco. Nos preparamos para descansar. Ducha, lavado de ropa. Un poco de televisión, un poco de conversación, lectura y a dormir.
Día 11. De Tiebas a Eunate
Domingo, 14 de agosto
Tras levantarnos a las 6:30, gracias al despertador de Anne. Nos aprestamos y desayunamos en la cocina del albergue. Despedimos a Anne, a la que esperamos ver en Puente la Reina.
Salimos de Tiebas tarde, pues nuestra idea era ir solo hasta la ermita de Eunate y pasar la noche en ese lugar mágico. Será una etapa descansada sin grandes cuestas.
La primera parada la hicimos en Olcoz, un pueblecito sin bares, pero con un local con un par de maquinas de vending.
A Eneriz llegamos antes de las 12. Preguntamos a una señora por el restaurante, y nos dijo que estaba cerrado por enfermedad del dueño, pero a la entrada del pueblo estaba la piscina que disponía de bar. Y allí nos dirigimos con la intención de pasar el día en la piscina. La piscina era un poco cara, pero decidimos darnos un capricho. Y nos quedamos. Tras comer platos combinados, nos apostamos en el césped a echar la siesta.
De 2 a 4 la piscina cierra, pues la socorrista se va a comer, pero las instalaciones siguen abiertas. Estuvimos en la piscina al menos hasta las 6. Que nos dirigimos al pueblo.
Nos sentamos en unas mesas en la calle propiedad de la tienda que estaba cerrada, pero con tan buena suerte que llego la dueña y se ofrecio a vendernos algunas viandas. Pan, fruta, jamón, chorizo, agua y cerveza. Comimos en la plaza, no sin algún susto por parte de las avispas. Se nos acerco un niño curioso por el camino. No se si hemos hecho afición.
Tras llenar la barriga retomamos el camino, mucho mas cansados que si hubiéramos estado andando todo el día, pues parece ser que la piscina cansa, o relaja tanto que luego cuesta arrancar. Salimos de Eneriz por una urbanización a medio terminar y nos adentramos por una senda de cañas que nos condujo directamente a la Ermita. Era ya el anochecer. La ermita estaba cerrada, y la caseta de al lado, antiguo albergue también.
Hizimos un montón de fotos, y buscamos el mejor sitio para extender nuestras esterillas. Ya que la idea original de dormir dentro, entre los arcos de la ermita era imposible, no solo estaba cerrado el patio, sino que había cámaras de seguridad. Nos acostamos entre unos bancos que hay delante de la casa.
No pegue ojo en toda la noche. Me costo mucho dormir algo siquiera. Pasaban las horas y pasaban las nubes. Se veían pocas estrellas pues la Luna estaba muy llena. Esperaba algún tipo de revelación o de inspiración como la que dicen han sufrido algunos peregrinos. Pero el lugar telúrico no hizo efecto sobre mí.
Día 12 de Eunate a Cirauqui
Lunes, 15 de agosto
Nos levantamos con las primeras luces del alba. Quiero decir que desperte a Bea, pues yo ya estaba despierto. Y reemprendimos la marcha, pasamos por Obanos. Un pueblo donde se juntan los caminos de Jaca y Roncesvalles. A partir de aquí se nota la proliferación de peregrinos. No recuerdo nada de Obanos, por lo que debimos de pasar de largo. Llegamos a Puente la Reina, nada mas entrar hay un albergue, donde entramos para usar el baño y sacar un café de máquina. Todo seguido nos adentramos en Puente de la Reina. Buscabamos un banco para Bea, y un lugar tranquilo para que yo pudiera dormir un poco. No había BBVA, pero encontramos un rincón para extender las esterillas junto al río. Donde eche un microsueño reparador.
Volvimos a la calle mayor a comer algo y repensar la estrategia. Intentamos conectar con Anne, pero no lo conseguimos. Era demasiado temprano para quedarse en Puente la Reina así que decidimos continuar. Cruzando el puente del Peregrino, salimos de la ciudad.
Nos esperaba una cuesta de aúpa hasta llegar al siguiente pueblo, Mañeru, aunque nosotros no lo sabíamos. Durante el trayecto, Bea tropezó y se cayo. Intente agarrarla pero también me caí. Bea se raspo la rodilla, con varios arañazos, yo mi hice un corte en la mano. Nada grave, sacamos el betadine y las tiritas. Los peregrinos que pasaban nos ofrecían su ayuda. Llegamos exhaustos a Mañeru, justo a la hora de comer. Bueno un poco antes,pues la cocinera del restaurante no estaba, había ido a misa. Esperamos en la terraza, bebiendo y fumando (Bea) . LLegarón unos peregrinos italianos, pero no se quedaron en el restaurante. Cuando llego la cocinera nos preparó una fabada de primera. Y de calamares en su tinta para mi, y bacalao ajoarriero para Bea. Todo muy rico. Mientras comíamos llego una chica americana que me recordó mucho a la protagonista de la novela Alma Salvaje, bajita, rubia y con una mochila enorme.
Salimos a buscar una sombra para echar la siesta, y no encontramos mas que una higuera, pero llena de broza y bichos nos fuimos de allí. Volvimos al pueblo, y precisamente en los bancos de la plaza es donde mejor se podría estar. Allí estuvimos un buen rato. Eche otro microsueño, y cuando desperté vi que el cielo estaba lleno de nubes. Había que aprovechar y reanudar la marcha. El camino a Cirauqui transcurre entre un paisaje despejado, una especie de valle entre colinas. Y en el cielo unas nubes amenazadoras, a lo lejos se oía la tormenta. Aprestamos el paso no nos fuera a pillar el aguacero. Por suerte llegamos al pueblo antes de que descargara.
Preguntamos a una mujer por el albergue. ¡En lo mas alto del alto pueblo! Encima sus calles eran laberínticas y pesar de las flechas dimos varias vueltas.
Con todo el albergue estaba muy bien.
Bastante lleno, casi completo. Es una casa con un amplio balcón galería que da a la plaza de la iglesia.
Como habíamos comido fuerte en Mañeru, desistimos de la cena del peregrinos que organiza el albergue. Es lo malo de estas cenas que suele ser muy abundante, y para estómagos débiles como el mio, resultan demasiado.
En el albergue estaba la rubia americana del restaurante, ya en buena sintonía con otros jóvenes. Me acosté temprano.
Día 13. De Cirauqui a Estella
Martes, 16 de agosto
Fui el primero en levantarme. Subí a la galería a escribir y leer, mientras se despertaban los otros.
El plan para hoy eran pocos kilómetros, pues no podías por menos que parar en la gran ciudad de Estella.
Enseguida llegamos a Lorca, donde paramos en su hermosa plaza. Había una fuente de agua potable, pero no tratada. No nos arriesgamos. Las bacterias varían de un lugar a otros, y lo que para un lugareño es saludable, para un viajero puede ser diarreico. Compramos eso si pan a la salida del pueblo.
Al medio día llegamos a Villatuerta, un pueblo en fiestas. Buscábamos la farmacia, pues a Villatuerta llegue medio tuerto, la alergia me estaba atacando un ojo que tenía hinchado. Compre Prednisona que me vino muy bien, por la tarde ya no tenía nada. Uno de la farmacia nos recomendó el restaurante de una asociación de jubilados. Y hacia allí nos fuimos. No hacían comidas, pues lo habían gastado todo y ya mañana cerraban para descansar de las fiestas. Con todo nos comimos sendos bocadillos calientes.
Bea estuvo hablando con una señora que nos recomendó una ruta alternativa a Estella, que pasaba por una finca de caballos de un conocido rejoneador. No le hicimos caso en previsión de no perdernos. A la salida de Villatuerta hay una ermita abierta entre unos olivares, allí recalamos las horas de mas calor.
El altar esta cubierto de ex-votos que han ido dejando los peregrinos.
Entraron algunos peregrinos, entre ellos un señor mayor de Nueva York que fuimos encontrado a lo largo del camino a Estella, nos adelantaba, les adelantábamos y así. Yo le hablaba en mi inglés macarrónico.
El camino era la típica ruta navarra, un sube y baja constante. Encontramos estos burros.
Al final una pista asfaltada nos adentra en la ciudad. El albergue municipal está en la entrada de la ciudad, junto a un puente. Había cola, el señor de Nueva York ya había llegado. Nos asignaron nuestras literas y lo acomodamos todo. Y salimos a la ciudad. Vimos la última cabina de España.
Fuimos al banco, ya estábamos faltos de efectivo. Hicimos algunas compras, y buscamos un sitio para cenar, que al final fue en la antigua estación, donde comimos sendas paellas.
Yo vegetal, Bea de arroz negro. Sobre las 8 nos volvimos al albergue, que como casi todos los albergues tiene toque de queda. Cierran a las 10. Me hubiera gustado visitar el museo carlista, pero estaba cerrado. Estella tiene muchos monumentos, pero la hora y el cansancio nos impidió visitarlos.
El albergue es un edificio de varias plantas, estaba a tope. La cocina-comedor era un guirigai, y la terraza también estaba llena. Nos acomodamos en una de las mesas y allí estuvimos hasta el toque de queda, interactuando con otros peregrinos.
Dìa 14. De Estella a Los Arcos.
Miércoles, 16 de agosto
Como siempre fui el primero en levantarme. No había luz en el comedor, en el patio hacía frio. Había un peregrino durmiendo en un saco. Saqué un café y me quede en el comedor a leer y escuchar la radio. Poco a poco fueron bajando peregrinos y despertándose el personal. A las siete subí al dormitorio, Bea ya estaba despierta y nos pusimos a recojer. Paramos a desayunar justo en el bar de enfrente y reanudamos la marcha, saliendo por la puerta de Estella.
Encontramos muchos peregrinos, en realidad nos van adelantando. Algunos no llevan mochila, son los adictos al taxi. Nos adelanta un japones, vestido de arriba abajo con unas mayas. Le cubren hasta las manos. Va superequipado, eso si sin mochila. Nos adelanta tres chicas sin mochila, Bea les hace la broma...tramposas...se ríen, la mochila es mas autentica, pero es mejor ir cómodas. Pasamos el monasterio de Irache.
Llegamos a la famosa fuente del vino. Ya hay varios peregrinos allí fotografiándose y probando el vino. Yo no fui menos, el vino es del baratillo, obviamente.
No se si en invierno, pero en verano no apetece mucho (idea la fuente de cerveza). El camino continua entre las típicas cuestas navarras flanqueadas ahora ya de viñedos. Las uvas están verdes todavía, pero son una tentación, aunque no es aconsejable cojer uvas de los campos. Nunca sabes cuando las han sulfatado y tampoco tienes agua para lavarlas. A la entrada de Azqueta hay un aljibe con unas escaleras donde sentarse, muy refrescante.
Paramos a almorzar en Azqueta, un peregrino alemán nos recomienda un albergue en Los Arcos, La casa Austria. No le hacemos caso, aunque los albergues privados suelen estar mejor que los municipales, los preferimos por ser mas auténticos.
De Villamayor no recuerdo nada, pero sin duda paramos allí a comer. Es extraño. A la salida hay una fuente con un merendero, paramos a refrescarnos y rellenar las botellas. Cada uno lleva una botella de plástico de litro y medio. Primero nos bebemos la de Bea, para aliviarle el peso, y después la mía. El resto del camino hasta Los Arcos es agotador, no hay sombras, ni un árbol.
Pero justo en medio un señor ha instalado un chiringuito en un pequeño oasis. Llegamos cuando está recogiendo, según nos dice todos los peregrinos han pasado ya. Le compramos sendos polos de lima-limón, superrefrescantes. Y nos tumbamos a la sombra. El señor al ver fumar a Bea nos previene de los incendios e intenta convencernos que sigamos el camino que ya queda poco. Teme que le peguemos fuego a su pequeño oasis. Bea es muy cuidadosa con eso, no tira ni una colilla, las guarda en un cenicero metalico que lleva. Nos quedamo un rato a la sombra de los arboles, mientras el dueño del chiriguito monta su todoterreno y se marcha. Un todoterreno bastante caro, se ve que el negocio va de maravilla.
Después de sudar la gota gorda llegamos a Los Arcos. El pueblo está en fiestas y están cerrando las calles pues van a soltar unas vaquillas. Preguntamos por el albergue, hay que cruzar todo el pueblo, vamos con apuro no vaya a ser que suelten las vacas con nosotros dentro. Cuando llegamos a la salida, saltamos las vallas con alivio. El albergue está junto a una escuela centro cultural. Tiene varios edificios, el dormitorio es una nave amplia, seguramente el antiguo gimnasio.
Dispone de un gran patio y otro edificio con cocina y supongo que mas alojamientos. Allí viviran los hospitaleros, una pareja de voluntarios belga. Nos instalamos, lavamos la ropa. y salimos al pueblo.
Buscamos un sitio para cenar antes del toque de queda. Intentamos ver las vaquillas, pero hay demasiada gente y no atisbamos nada. Después de dar varias vueltas acabamos en la gran plaza porticada de la Iglesia. Pero en vez de cenar picamos algo, unas patatas bravas y calamares a la romana, que ahora no recuerdo como los llamaban allí, a la andaluza o no se. Mucha gente en las calles las fiestas justo empiezan ahora, pero tenemos que volver al albergue antes de que cierren.
Día 15. De Los Arcos a Viana
Jueves, 17 de agosto
Me despierto el primero y me salgo al patio, a seguir con mi rito particular de lectura y escritura. Hace fresco, pero se está bien. A lo lejos se oyen los sonidos de la fiesta. Compro café y ¡pinzas! en la maquina de vending. Las que llevaba las había perdido casi todas.
Cuando todo el mundo se despertó, recogimos y salimos del albergue en busca de un bar donde desayunar. Encontramos un grupo de chavales festivaleros, y por poco la liamos, Bea quiso darle un cachete cariñoso a uno de ellos y se le fue la mano. Menos mal que se lo tomaron a broma. El bar de la plaza estaba de bote en bote de juventud festiva. Con todo pudimos acercarnos a la barra a pedir el desayuno. Habló con uno que quisiera hacer el camino, dice que a veces sueña que lo está haciendo. Le animo a que lo haga.
El camino transcurre entre campos de cereal, viñas y olivos.
Primero llegamos a un pueblo de nombre pegadizo, Sansol. En su tienda bar paramos, compramos higos y jabón de lavar. Bea se toma su segundo café con leche, o tercero si contamos el de la maquina de vending y yo un zumo de naranja. El siguiente pueblo esta cerca, Torres del Rio. Paramos en el restaurante a comer, aunque Bea no come nada. No tiene hambre. Yo me pido un plato combinado y pruebo uno de los vinos de la carta. Esta pueblo tiene bastantes bodegas. El vino es muy bueno, pero solo sirven dos o tres tragos. Supongo que está pensado para ir catando las diferentes marcas y luego comprar las botellas. Compramos comida en el Carrefour de al lado. Y marchamos hacía Viana. Hoy no hace mucho calor, mas bien refresca y hay que aprovechar.
A medio camino junto a una ermita, encontramos una de esas agradables sorpresas que da el camino. Es un chiringuito singular, La Casita de Lucia y Lucia. La regenta Pepe, todo un personaje. Hospedero de éxito, dejó su restaurante en la costa para instalarse junto a está ermita para vivir el camino. Allí ejerce de camarero, mago-curandero y psicólogo.
Nos contó diversas anécdotas de su vida y del camino. Ha escrito un libro que en breve saldrá, Almas Peregrinas, seguro que será muy interesante. Llega una pareja de italianos, a la señora le duele la rodilla. Allí mismo se la cura con un ritual de autosugestión. Nos despedimos de Pepe y continuamos para Viana. Junto al camino encontramos una ladera con gran cantidad de ex-votos.
En el camino nos cruzamos de nuevo con el señor de Nueva York, bebiendo Cocacola comprada a un señor que se aposta a la entrada de Viana con una furgoneta.
Viana así de lejos es muy fea, aunque el casco antiguo está muy bien, desgraciadamente no lo debidamente cuidado que debiera. Entramos por la calle mayor, el albergue municipal esta al final,
junto las ruinas de una iglesia destruida durante las guerras carlistas.
Viana tiene mucha historia, aquí murió Cesar Borgia. y fue escenario de cruentas batallas, primero entre castellanos y navarros y después durante las guerras carlistas.
El albergue situado en un edificio antiguo restaurado está muy bien, lo mejor la cocina-comedor que no hicimos uso. Tras instalarnos salimos a conocer la ciudad. Paramos en una plaza a tomar algo en una terraza.
Compre un pin.
Y Bea un cartón de tabaco. Buscamos un lugar para cenar, en la calle mayor nos volvimos a encontrar a Pepe, que nos saludo desde el balcón de su casa.Tras cenar en un restaurante de la calle mayor, deambulamos por la ciudad. Pasamos por la plaza de toros desmontable, la usan dos veces al año, por fiestas.
y al final fuimos a parar a las ruinas de la iglesia y su amplio parque de césped, donde estuvimos tumbados hasta la puesta de sol
que es un espectáculo desde donde estábamos. Varías personas también se acercaron a verla.
Tras el espectáculo volvimos a albergue. Toque de queda a las 10.
Día 16. De Viana a Logroño
Viernes, 18 de agosto.
Como siempre me desperté temprano y baje al comedor. Mientras estaba leyendo me llaman desde una ventana. Es un peregrino que quiere un café, y como no puede entrar que por favor se lo saque de la máquina, lo que hago encantado. Cuando Bea se despierta salimos para Logroño, la etapa de hoy no es ni etapa, unos escasos 7 kilómetros, ¿pero como podemos pasar por Logroño sin visitar la ciudad?.
Desayunamos en una lujosa cafetería que hay cerca del albergue,y nos ponemos en marcha. El camino es absolutamente llano, una rareza en Navarra. Pero pronto dejamos esa comunidad para entrar en La Rioja, un monolito de piedra lo atestigua. Paramos un ratito junto a él.
Logroño está a la vista en casi todo el trayecto, pero hay que dar varias vueltas para adentrarse en la ciudad. Anduvimos por pistas asfaltadas, flanqueadas de viñedos y almacenes. Cerca de un puente hay apostados unos frailes, ponen el sello a las credenciales a cambio de una modesta aportación. Ni necesitamos sello ni nos fiamos de tales frailes. Pasamos por un poblado gitano, una señora también pone sellos. Al final entramos en un amplio parque, que recorremos durante un kilómetro o mas, hasta llegar al puente sobre el rio Ebro.
Justo a la entrada del puente hay La Oficina de Información al Peregrino, donde cojemos un plano.
Y tras cruzar el puente, encontramos un albergue. Es un albergue particular, pero tiene la ventaja de no hay toque de queda y está abierto. El municipal no abrirá hasta la una. Así que nos quedamos. El albergue es funcional pero un tanto incomodo. Dejamos nuestras cosas y salimos en busca de un banco antes de que cierren. Lo encontramos cerca de una plaza con la estatua del general Espartero.
También tomamos algo en una terraza, y nos adentramos en busca de un restaurante. Un amigo de Facebook nos había recomendado un restaurante, pero no lo encontramos a pesar de preguntar a diversas personas. Al final recalamos en una ex-pub ingles reconvertido en restaurante. Cerca de la calle Portales. Nos encontramos con una de las chicas de Estella, de las que no llevaban mochila. Abandona, un dolor de espalda ha podido con ella. Damos vueltas por la ciudad. Compramos pins. Me gusta Logroño, es la ciudad perfecta, ni muy grande ni muy pequeña. Un casco antiguo cuidado y parece una ciudad prospera.
De vuelta al albergue para ducharnos y echar la siesta. El albergue está lleno. Junto a nosotros hay unos jóvenes franceses. El chico es muy feo, me recuerda a Sartre y la chica muy guapa me recuerda a Jean Serberg. Sin duda les une la literatura, ella escribe poesías y el se pasea con una pipa apagada de intelectual.
Después de la siesta me acerco al albergue municipal, quisiera contactar con los miembros de la asociación de peregrinos de Logroño. Una importante asociación que lleva la Federación Española, pero no están. También voy a la farmacia a comprar aerored, la fabada del mediodía me ha hecho reacción y estoy soltando unas ventosidades muy fétidas.
Por la tarde, volvimos a salir a la ciudad, famosa por su ambiente marchoso, sobre todo en la calle del Laurel. Visitamos la plaza de la Oca, donde nos hacemos una foto en la casilla de Santiago de Compostela.
¡Por fin llegamos!
Quería convencer a Bea para ir a ver el estreno de Star Trek, pero no hay nada que hacer, a las mujeres no les gusta la ciencia-ficción. Deambulamos por la ciudad, entramos en el Carrefour y compramos un par de cervezas que nos tomamos en un parque en plan botellón. En esto que llega la policía, por suerte no para multarnos a nosotros, sino para cachear a un presunto camello que estaba sentado cerca de nosotros. Después nos vamos a la calle del Laurel que esta de bote en bote.
No sabemos donde entrar, pero al final encontramos una mesa libre y allí nos apostamos. Pedimos unas cervezas y unos pinchos.
No sale un poco caro, 13 euros. Pero en fin, es lo que tiene no conocer los sitios. Como todavía tenemos hambre buscamos otro lugar de mas sustancia, y recalamos en la plaza del Mercado
en un pakistaní a comer hamburguesas. Después queriendo aprovechar que no tenemos toque de queda, recalamos en otra terraza de la misma plaza, en un bar musical muy curioso, El Submarino.
Desde allí nos volvemos al albergue a dormir.
Día 17. De Logroño a Ventosa
Sábado, 19 de agosto
Salimos del albergue y nos dirigimos al mercado donde seguramente habrá algún bar abierto donde desayunar. Y desde allí cruzamos Logroño, la ciudad nueva por mas de un kilómetro, hasta llegar por fin a un parque, donde una pareja alimentaba un grupo de patos.
Después seguimos una senda muy frecuentada no solo por peregrinos, sino por corredores y ciclistas de la ciudad. Esta senda desemboca en un gran parque cerca de un embalse.
La Grajera. Un lujo para está ciudad. En el bar de la Grajera paramos a almorzar, el consabido pincho de tortilla. Y continuamos nuestra marcha por campos y campos de viñedos.
Al poco vemos una de las siluetas del toro de Osborne, al que fotografiamos.
Pasamos por Sotes que tiene un albergue, pero unos carteles avisan que está completo. Paramos en un alto donde se ve todo el valle, junta a las ruinas de un hospital de peregrinos medieval. Al entrar en Navarrete buscamos un hostal que hay dos kilómetros para comer. Pero un ciclista nos avisa de que esta cerrado, por lo que atravesando un parque continuamos hasta Navarrete. Allí comimos. Y sin mas dilación continuamos la marcha, pues el día está nublado y frio. Apetece caminar, desgraciadamente empiezo a sentir un dolor en el píe izquierdo. Primero leve, pero bastante doloroso cuando alcanzamos Ventosa. Entro en pueblo cojeando visiblemente. Preguntamos a una pareja por el albergue, justo están alojados ellos también. A la entrada del pueblo hay un bar donde entramos a refrescarnos, decidimos bajar luego a cenar allí.
En el albergue la hospitalera nos enseña las instalaciones que están muy bien. Hay toque de queda a las 10. Me dan una litera alta, lo que es un problema para mí porque me suelo despertar a menudo y levantarme temprano. Bea consigue que nos cambien de habitación. Mientras lavo la ropa, y me pongo pomada del Tigre en el pie. Bea se acuesta está un poco de bajón. Tal que no se despierta ni a la hora de cenar. Por lo que bajo a la recepción y compro comida a las hospederas, pues está visto que no saldremos a cenar. Se despierta cerca de las diez, justo antes de que apaguen las luces, con todo aun tenemos tiempo de calentar la comida en el microondas. Comemos a oscuras con la luces del patio y de emergencia. Y a seguir durmiendo.
Día 18. De Ventosa a Nájera
Domingo, 20 de agosto
En Ventosa dormí bastante bien. Las hospitaleras ponen cantos gregorianos para despertar a los peregrinos. Eramos pocos por eso. Nos despedimos de la gente e iniciamos la etapa. Por culpa del dolor en el pie, iba a ser corta, solo hasta Nájera. A pesar de todo lo lleve bastante bien a pesar de las molestias que tenía.
Primero hay una subida hasta el Alto de San Antón, en realidad altillo. Aunque desde arriba se veía el valle del río Najerilla. Después todo bajada, en el horizonte se ve un extraño monumento, representa el lugar donde pelearon Roldan y el gigante Ferragut. También encontramos una curiosa construcción, el guardaviñas, una cabaña de piedra donde se apostaban los vendiñadores. Paramos allí a hacernos unas fotos.
Alguien había cagado dentro, aunque la mierda ya estaba muy seca. No hay respeto por nada.
Llegamos a Najera al mediodía. El albergue estaba cerrado, esperamos un rato en la puerta.
Llegaron un par mas de peregrinos, un chico portugués que ya había recorrido varias rutas en España y el extranjero y un alemán muy callado. Tendí la ropa que todavía llevamos mojada y nos fuimos a comer. Paramos en una pizzeria cercana.
Al volver el albergue ya estaba abierto y en plena ebullición. Está ubicado en el antiguo gimnasio de un colegio y es una nave donde se apiñan mas de 40 literas.
Bastante incomodo, no solo por la aglomeración sino por la distribución. Nos acomodamos, echamos una siesta y salimos al pueblo.
El albergue está al lado del río, el agua está limpia un sitio ideal para refrescarse.
Después hicimos un poco de turismo por el pueblo, tiene una gran iglesia, pero hay que pagar para entrar. Así que la vimos desde fuera. Cenamos en la misma pizzería del mediodía y volvimos al albergue. El pie me seguía molestando.
Día 19. De Nájera a Santo Domingo de la Calzada
Lunes, 21 de agosto
El despertar en Nájera es bastante caótico ante tal número de peregrinos. Desde las cinco que empieza el movimiento de peregrinos hacia la salida. Cuando estuvimos listos, volvimos a la pizzeria a desayunar. El plan para hoy era ir solo hasta Azofra, para no cargar excesivamente el pie. Pronto llegamos a Azofra y el pie responde bien, por lo que decidimos seguir hasta Cirueña donde hay albergues. En el camino nos encontramos los últimos repechos, aunque en general es llano, entre campos de trigo o rastrojo, pues la cosecha ya se hizo. El camino esta bastante mal señalizado, con varios cruces sin señales, aunque algunos peregrinos hay puesto piedras a modo de señal.
Hay pocas sombras, por eso no es de extrañar que nos encontremos a un guarda rural que está pensando hacer un proyecto para suavizar este tramo, pues ya ha tenido que llevar a varios peregrinos desfallecidos en su coche. Nos hacemos unas fotos y le deseamos suerte ante las administraciones. En lo alto de un repecho hay un merendero y un chico que vende refrescos al precio de la voluntad. Bea le compra una cocacola y le da un euro y medio.
Continuamos la marcha y llegamos a Cirueña, donde en medio de la nada han hecho un campo de golf y una gran urbanización alrededor. Pasamos por el restaurante que anuncia un menu del peregrino, pero lo vemos demasiado pijo y desistimos de entrar, el pueblo está cerca. Pero al llegar al pueblo nos encontramos con la sorpresa de que el restaurante no hace ni comidas ni bocadillos. Nada de nada. Un hombre se nos ofrece para acercarnos al club de golf en su coche, se lo agradecemos pero la sola idea de volver a andar los dos kilómetros de regreso, nos echa para atrás.
Nos apalancamos en una pared de la iglesia, junto a una fuente y nos comemos lo que llevábamos. Descansamos a la sombra. Y reconsideramos nuestro plan estratégico. Está claro ya que a Burgos no íbamos a llegar y menos con los dolores del pie. Así que lo mejor es ir hasta Santo Domingo de la Calzada que nos parece una población muy adecuada y bien comunicada para reemprender el camino el año que viene.
Mientras esperábamos llega un señor montado en una draisiana, que es una bicicleta sin pedales, Bea se acerca a saludarle, pero el tipo no quiere saber nada con personas que no hablen inglés. Anda que te zurzan, zarrapastroso.
Reemprendemos nuestros últimos kilómetros. La entrada a Santo Domingo es fea, desde luego, sobre asfalto flaqueada por almacenes y talleres. Al llegar a la población nos sentamos en un banco, al poco nos alcanza una chica italiana, de Nápoles, habla muy bien el español, ha estado viviendo en Barcelona. No quiere sentarse por si luego no pudiera levantarse y continua la marcha.
Una vez en Santo Domingo, antes que el albergue, buscamos la estación de autobuses. Es una mera parada en la una plaza. Con muy poca información. Vamos a la oficina de turismo y allí nos informan que hay un autobús nocturno a las dos y media de la noche. Hay que comprar el billete en una agencia de viajes de la que nos dan también la dirección. Compramos el billete y biodramina en la farmacia.
Dejamos las cosas en el albergue municipal, de verdadero lujo.
Y salimos a cenar y visitar la ciudad, para volver antes de las 10.
En el albergue convenimos que no vale la pena acostarse para luego tener que levantarse a la una y molestar a todo el mundo. Así que bajamos con las mochilas al amplio salón donde hay unos sofás estupendos donde podemos esperar la hora de partida.