Vivimos en un mundo siempre paradójico. La prueba mas fehaciente de nuestra irracionalidad es el que consideramos símbolo máximo de nuestra civilización. EL COCHE. Totem absoluto de todo el siglo XX.
Pero hemos tocado techo.
Desde la batalla del Marne, los estrategas militares vieron claro que es lo que una potencia militar necesitaba. He aquí el origen de la boyantes industria automovilística alemana y la de todos los demás países a la zaga.
Por razones militares se sacrificaron y sacrifican vidas y recursos en una máquina infernal. Pero el despropósito ha sido tal que hasta amenaza al mismo planeta.
El complejo industrial-militar, del que el sector automovilístico es muy importante nos ha impuesto un estilo de vida absurdo. Con megaciudades invivibles, sobre todo por los molestos y peligrosos coches. Mucha gente usa ese mismo trasto para huir de ellas cada finde. Y que decir de los centros comerciales a los que solo se puede acceder con automóviles...aberrante.
El coche condiciona nuestra vida y muerte de forma total. Permite por ejemplo (efecto colateral) el empleo precario, con gente disponible para ir de un lado para otro gastando horas y horas en desplazamientos y recalentando el planeta en sus dos vertientes. Efecto invernadero y las guerras por el control del petróleo.
El coche actúa incluso sobre las estructuras sociales y familiares. Al ser un habitáculo apto para mantener relaciones sexuales, los jóvenes postponen sine die su emancipación de las casas paternas. Prolongando la juventud de forma antinatural.
Se podría decir que ya no es posible vivir sin el coche, pero no es cierto. Al contrario su abolición se hace perentoria si queremos sobrevivir como especie.
La verdad es que es todo un símbolo del nivel económico pero, viviendo en una ciudad es una herramienta absolutamente absurda. Pero irá a más, siempre a más.
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