Última etapa de nuestro periplo santiaguero por este año.
Salimos tarde, pero salimos. Tras dejar la llave del albergue colgada de la cuerda, tal como nos dijo la señora Pilar. Emprendemos la salida de Sarsamarcuello, cuesta arriba.
A través del pedregal, que mas adelante se convierte en autentica escalada por el monte. Hay un camino mas llano, pero da mucha vuelta. Por suerte el día está nublado y la tremenda subida no nos hace sudar demasiado. Y menos cuando se puso a llover, solo fue un ratito, pero realmente refrescante.
Tras llegar al cementerio, el camino continua cuesta arriba, será así al menos durante 3 klms mas. Hasta el conjunto monumental de la ermita de San Miguel y el castillo de Marcuello. Ambos en ruinas.
Paramos a la sombra de la ermita a almorzar. Al reinciar la marcha nos encontramos con José, un peregrino que está recorriendo España con fines benéficos a favor de la asociación Vicente Ferrer. Quiere hacer 4.000 klms. de los que lleva buena parte. Haciendo una media de 50, 60 kms días.
Nos despedimos encomendandole que diera buena cuenta del atún y el café que dejamos en el albergue.
Continuamos nuestra marcha, ya siempre de bajada. Hay unas magnificas vistas desde arriba, que nos acompañarán ya durante el resto de la ruta, entre bosques y montañas.
Totalmente solos, no avistamos mas que a un par de motoristas, cuando subían, y después por la tarde cuando bajaban.
Revisando la guia, me doy cuenta que he calculado mal. Creía que serían 15 klms, pero son en realidad 20. Y solo llevamos una botella de litro y medio de agua cada uno. Toca volver a racionar.
Con todo esta ruta es muy bonita, espectaculares vistas. Mucha vegetación y fauna.
Pudimos ver buitres y águilas. Lastima de no disponer de prismáticos.
Pasamos por una fuente de montaña, yo propongo rellenar la cantimplora, pero Bea no se atreve. Yo tampoco quiero cargar con un peso extra y que al final nos siente mal. No olvidar pastillas potabilizadoras para la próxima vez.
La fuente alimenta una pequeña balsa, que está pidiendo a gritos, métete. Seguramente lo hubiéramos hecho si hubiera hecho mucho sol, pero estaba un poco nublado y el sol no apretaba demasiado.
El camino se nos hace interminable, encontramos un tramo un tanto peligroso, una cuesta llena de piedras en muy mal estado.
Tenemos que sortearlo muy poco a poco. Sin ninguna referencia no sabemos si nos quedan 10 o 5 klms, hasta que damos con las ruinas de una antigua granja, la Pardina de Escalete, con lo que confirmamos que solo nos quedan 3 klms, máximo una hora. Al lado fluye un riachuelo y Bea aprovecha para remojarse los pies.
A partir de ahí el camino se hace mas espectacular si cabe, pues atraviesa un impresionante barranco, las peñas que dan nombre al pueblo.
De pronto el pueblo aparece a nuestros pies, pero todavía tendremos que dar un gran rodeo, para poder bajar y entrar en el mismo.
A la entrada del pueblo nos acosan un enjambre de moscas. Bea las espanta con el humo del tabaco, pero yo tengo que improvisar un abanico con una hoja del papel de la guía. Tras cruzar el rio Gallego, que presenta un color verdoso poco saludable para un rio de montaña. Entramos en el pueblo, en busca del bar.
El bar tiene un horario irregular, pero por suerte está abierto. Eso si, no hay nada de comer. La dueña habla con unos parroquianos de lo harta que está del campo y de como desea irse a vivir a Zaragoza. Mas lo abandonados que los tiene la Xunta. Pues si cierra este bar, los peregrinos van a tener otra gran perdida, pienso yo. Pero no me meto en la conversación. Bebemos unos refrescos, y nos enteramos que para nuestra suerte, dentro de una hora a las 19:30 pasa el canfranero, el tren que va a Zaragoza. Pensábamos que tendríamos que hacer noche en el pueblo, a la intemperie. Hacemos tiempo comiendo lo poco que nos queda, una lata de atún con patatas fritas de bolsa que hemos comprado en el bar. Tiro la esterilla, que esta completamente estropeada ya a la basura. Y nos vamos a la estación a la espera del tren.
Allí conocemos a Daniel, un chaval que vive en la estación. Sus padres la han alquilado como vivienda de verano. Lo sabe todo de trenes en general y del canfranero en particular.
A pesar de todas las dificultades e incomodidades nos lo hemos pasado muy bien. El estar en medio del campo te da una gran sensación de libertad, cada día es una aventura. Atrás quedan cientos de paisajes y de personas que hemos conocido y que permanecerán en nuestros recuerdos.